Viernes, 19 de Septiembre de 2003

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Desde la enfermedad: SIDA, un reto personal

 
 

Testimonio de Miguel

 
 
 
 

Mi intención al escribir este texto no es dar unas directrices a seguir a los que están en la misma situación que yo, sino simplemente contar cuál ha sido mi experiencia con la enfermedad y cuál ha sido mi camino.

Si esto sirve para que alguien, angustiado por su diagnóstico, vea en mí un ejemplo, una evidencia palpable de que existen otros métodos de curación, y con ello neutralice el pesimismo que le hayan infundido sus médicos, me doy por satisfecho.

Que quede claro que cada cual debe encontrar su camino. Las técnicas curativas que a unos les funcionan bien, a otros no les sirven. Pero lo que sí es seguro es que siempre hay un modo de curarse. Búscalo y lo encontrarás. Si yo puedo hacerlo, tú también puedes.


Con motivo de una operación de cirugía me detectaron anticuerpos del V.I.H. en junio de 1991 y de forma casual me enteré del diagnóstico en mayo del 1992, casi un año después.
La noticia fue un golpe brutal. Lo primero que sentí fue miedo auténtico, pero no por el anuncio de la muerte en sí, sino por la posibilidad de una enfermedad larga, con deterioro lento y posiblemente doloroso, amén del sufrimiento añadido para mi familia y amigos.

Recuerdo que también sentí rabia al confirmar las contradicciones de un sistema médico, en el que no tenía ninguna confianza ya en aquella época, que por un lado propugnaba a los cuatro vientos la prevención de la enfermedad con la adopción de unas medidas básicas para evitar contagios y luego silenciaba a perpetuidad los resultados de una prueba, realizada además sin el consentimiento del paciente.

Durante el resto del día estuve como ido, dando vueltas y vueltas a los pensamientos más dispares. Y por la noche, y también a la noche siguiente, lloré. Lloré mucho.

Pensaba en lo injusto del destino. ¿Por qué a mí?. ¿Por qué ahora?. Tenía 38 años y después de una infancia normal y feliz, de mi juventud no puedo decir otro tanto. Desde muy joven me encontré inmerso en una lucha interior por la no aceptación de mi condición homosexual, que era contraria a los dictados de la cultura y la sociedad en la que me había criado, llevándome a tres intentos de suicidio, el primero de ellos a los 17 años.

Y cuando, por fin, había encauzado más o menos mi vida, y había encontrado una razón para seguir viviendo, desterrando definitivamente las ideas autodestructivas, la fatal noticia hizo que todo se tambalease de nuevo. ¿No había pedido muchas veces morir?. Pues aquí tenía la muerte servida en bandeja. Sólo que no era esa la idea de muerte que yo tenía en mente.

Cuando acudí a mi médico homeópata tampoco oí de él lo que yo esperaba: «que tuviese una solución para el Sida». Así que me puso únicamente a tomar oligoelementos y a esperar las posibles complicaciones para atajarlas en su momento.

Y cuando ya me había vuelto a plantear el suicidio como la única alternativa posible, se cruzó en mi vida el Lama Gangchen.

Me enteré por una amiga que un Lama Sanador Tibetano venía a Madrid en octubre. Eso me abrió una luz de esperanza. Si la medicina occidental no tenía soluciones para mí, a lo mejor las tenía la medicina oriental.

Entre las recopilaciones de información que fui haciendo, una vez repuesto del choque y del desánimo inicial, encontré datos sobre la Medicina Tibetana y sus tratamientos para el Sida. Aquello resultó muy alentador. También tenía noticias de otros tratamientos, tanto alternativos como alopáticos, que parecían prometedores.

Me puse en manos del Doctor Lobsang, quien me prescribió un tratamiento que seguí fielmente durante un año. En él, además de medicinas, incluí dieta y un régimen especial para los días de luna llena. Resultaba muy extraño e increíble que un médico explicase que la enfermedad tenía relación con la ley de causa-efecto (Karma), procedente incluso de vidas anteriores.

En el tiempo que duró el tratamiento no observé ningún cambio. Mi salud, como siempre, era buena. Los análisis, en cambio, seguían ofreciendo recuentos de T-4 a la baja.

Al año siguiente abandoné la medicación tibetana y como había atravesado la fatídica barrera de 500 T-4 (concretamente 456), el servicio de Medicina Interna que me controlaba, me planteó iniciar el tratamiento con AZT, y aunque en aquel momento yo no disponía de los datos sobre la toxicidad y los efectos secundarios de los nucleósidos análogos, la negativa fue inmediata. No necesité meditarlo durante un solo segundo. El estupor de los especialistas fue mayúsculo al ver que despreciaba una medicación muy cara y sofisticada, que tenía la suerte de recibir gratuitamente a través de la Seguridad Social y el privilegio de ser uno de los pocos que tenía acceso a estos protocolos por los que suspiraban muchos otros. Tuve que explicarles que como yo no creía en su medicina, sus fármacos no podían ayudarme, pero que no descartaba la posibilidad de que en un momento de pura desesperación volviese allí, suplicando de rodillas la medicación que ahora, lúcidamente, rechazaba.

Ellos me amenazaron con predicciones agoreras sobre mi muerte inminente, pero yo les pedí, por favor, que me considerasen una excepción dentro de sus estadísticas, porque únicamente yo podía decidir cuánto y cómo iba a vivir.

Mi homeópata me propuso, a instancias mías, hacer un tratamiento de Isoterapia Sanguínea, que llevé a cabo a lo largo de diez meses en el año 1994 y 5 meses más en el 1995.

Los resultados que iba obteniendo eran dispares y no guardaban relación ni con las aplicaciones de los sucesivos tratamientos ni con el estado de salud. Las cifras oscilaban desde los 410 T-4 a unos sorprendentes 1.072 T-4 (en prueba realizada en diferente laboratorio), 700 T-4 en el siguiente análisis, 555 en el otro, etc.

Durante todo este tiempo fui también poniendo a prueba otras técnicas que en su momento me parecieron válidas. Hacía Yoga y Ritos Tibetanos a nivel físico, ensayé suplementos alimenticios como el aceite de Onagra, trabajé con la respiración haciendo Renacimiento; para la mente usaba afirmaciones, visualización, etc., hasta un total de una veintena de terapias, algunas más esotéricas: Tao Curativo, dos niveles de Reiki, Terapia Mística, curación con cristales y piedras, etc., incluso llegué a hablar con una mujer de Astorga, llamada Esther, que decía estar conectada con las estrellas, y que me ofreció una curación a cambio de nada; simplemente debía confiar en que desde allí arriba estaban trabajando en mi recuperación. El no va más de esta ansiosa búsqueda se plasmó en una peregrinación místico-religiosa a una parte remota de la meseta del Tíbet (la zona sagrada del monte Kailás y el Lago Manasarovar), cruzando a pie la barrera de los Himalayas en una expedición casi de aventura.

Por otro lado, iba aumentando mi información con lecturas de tipo disidente, que ofrecían una visión de la enfermedad diametralmente opuesta a la teoría oficial, lo que me ayudó mucho.

Cada vez iba entrando más por los temas de autocuración, autoayuda y por las terapias de tipo sutil, confiando más en mi propia capacidad para sanar. Poco a poco, no sé muy bien cómo, llegué a la intuición y al posterior convencimiento de que la curación está dentro de uno mismo y no fuera como habitualmente pensamos. El cuerpo tiene sus mecanismos propios de autorreparación, que funcionan incluso en las enfermedades graves y en las llamadas incurables.

Acostumbramos a buscar la sanación fuera, por medio de medicaciones, yendo de tratamiento en tratamiento y aumentando la fustración al ver que no logramos la esperada mejoría. La mente se sume entonces en sentimientos negativos (depresión, ansiedad, culpa, etc.) que deterioran aún más el proceso.

Con frecuencia olvidamos que tenemos algo más que un cuerpo y una mente, llamémosle alma o espíritu (aunque suene a religión) y la auténtica sanación pasa por un trabajo no sólo físico y mental sino también espiritual.

Otro punto importante en el proceso sanador es cuando uno se da cuenta que la enfermedad no le ha tocado en suerte, no es cosa del azar o del destino, sino que es algo que cada persona atrae a su vida con sus actos, para darse la oportunidad de crecer espiritualmente. La enfermedad no es una desgracia, sino un auténtico regalo: es el único estímulo capaz de obligarte a resolver tus conflictos más profundos.

Recuerdo que cuando leía cartas de gente que daba las gracias al sida o al cáncer porque eso les había cambiado su existencia, pensaba que estaban mal de la cabeza o que hablaban por pura resignación. Pero ahora lo veo claro, porque a mí me ha llegado también esta visión. ¿Qué sería de mí sin el sida?. ¿Dónde estaría yo?. Seguro que no estaría haciendo excentricidades con el Lama Gangchen, ni levantándome una hora antes, todos los días, para hacer la Sadhana, ni prestando atención a mi cuerpo ni a mi mente (y mucho menos a mi alma). Prefiero mil veces estar donde estoy y doy gracias a mi enfermedad por el cambio que ha hecho en mi vida.

En este proceso de evolución, ha jugado para mí un papel primordial la Autocuración Tántrica del Lama Gangchen Rimpoché.

Llevo practicando la Autocuración desde el Congreso de Medicina Tibetana del año 1993. Al principio me parecía complicada y para una mentalidad occidental resultaba poco menos que increíble que con sólo realizar unos gestos y recitar unas palabras pudieran obtenerse beneficios palpables. Yo, a pesar de no estar del todo convencido, hacía la Sadhana, de forma esporádica, por si acaso.

Poco a poco fui observando, aunque nunca tuve complicaciones de salud dignas de tener en cuenta, que mis mejores momentos, aquellos en que estaba más animado, más vital y más tranquilo, surgían con motivo de la práctica tántrica.

Fui experimentando más y más, llegando a la conclusión de que había una correlación directa entre Sadhana y paz interior. Cuanto más hacía la práctica, más en paz me sentía conmigo mismo y con los demás.

Llegó un momento en que el cántico de mantras y la realización de los mudras dejó de ser algo rutinario o mecánico para convertirse en un disfrute, que se hacía más vivificante con la introducción paulatina de visualizaciones, símbolos, colores, respiración, etc.

Fue a raíz de mi viaje al Tíbet, en agosto del 1994, cuando empecé a hacer la Sadhana sin faltar un solo día. Aparte de la sensación de paz mental y espiritual, llegaba a veces a percibir sensaciones físicas como una calor ascendente por la columna vertebral.

Desde entonces, la Autocuración Tántrica ha entrado a formar parte de mi vida cotidiana, recibiendo así, de forma sutil, los beneficios de un sistema sanador que ha llegado desde un saber milenario hasta nosotros gracias a la generosidad y la compasión del Venerable Lama Gangchen Tulku Rimpoché, del que me considero un afortunado discípulo.

 
     
  Epílogo  
     
 

Mi situación actual es de estabilidad total. No hago ningún tratamiento ni tomo medicación alguna. En el penúltimo de mis controles periódicos, ante la mejoría inexplicable, el Servicio de Medicina Interna ordenó un cultivo del V.I.H. que resultó ser negativo, pero hasta el día de hoy nadie ha podido darme una explicación satisfactoria del hecho.

Estoy decidido a no hacerme más análisis porque fundamentalmente no estoy enfermo de nada y porque los recuentos de T-4 se han demostrado inadecuados y obsoletos por la misma medicina oficial, y sólo sirven para hacer rehenes del miedo a los seropositivos que ven angustiados cómo su propio terror hace decrecer las cifras progresivamente.

Si me surgiera alguna complicación acudiría a la homeopatía, las Flores de Bach o cualquier terapia blanda.

Me niego rotundamente a tomar ningún medicamento que tenga efectos secundarios por su toxicidad (y no me refiero sólo a los antirretrovirales, sino a los simples antibióticos, vacunas y un largo etcétera), recordando siempre el primer principio Hipocrático que nuestra medicina parece obviar y que dice: «Primum non nocere» (lo primero: no dañar).

Estoy en contra de la profilaxis que propugna la ingesta desproporcionada de fármacos a modo de prevención.

Estoy a favor de la Curación Espiritual, con todas sus connotaciones, frente a la meramente física.

Practico la Autocuración Tántrica del Lama Gangchen diariamente con auténtica fe en su poder sanador.

Soy consciente del giro radical que he dado a mi ser y quiero insistir cada vez más en este cambio personal que he iniciado gracias a mi enfermedad, trayendo a mi vida los pensamientos y las acciones que creo correctos, rememorando constantemente aquellos versos de los Upanishad que dicen:

Eres lo que es tu deseo profundo e impulsor.
Tal como es tu deseo, así es tu voluntad.
Tal como es tu voluntad, así son tus obras.
Tal como son tus obras, así es tu destino.


El proyecto que tengo en mente consiste en crear grupos de autoapoyo, a nivel de cada ciudad, o mejor aún, de cada barrio, agrupando a enfermos de todo tipo que busquen el camino de la curación. Se dispondría en cada uno de ellos de un lugar en donde reunirse periódicamente para intercambiar informaciones y experiencias, para realizar prácticas adecuadas que mejoren la calidad de vida, y sobre todo para dar y recibir el apoyo moral imprescindible para cultivar la autoaceptación personal y despertar los propios mecanismos curativos.

Un lugar donde el lema principal podría ser: «Me ayudo a mí mismo a base de ayudar a los demás».

 
     
 

Miguel

 
 
 
     
 

Sugerencias de actuación
Plano físico: cuerpo

 
     
 
Evitar factores inmunosupresores Realizar técnicas inmunoestimulantes
Malnutrición Dieta adecuada:

Método Kousmine.
Higienismo.
Naturismo.
Macrobiótica, etc
Deficiencias vitamínicas y de oligoelementos Suplementos dieta apropiados:

Oligoterapia, etc.
Vida sedentaria Deporte suave de oxigenación:

Yoga.
Tai-Chi.
Chi Kung (Qi Gong).
Natación.
Respiración inadecuada Ejercicio respiratorio suave:

Pranayamas (Yoga).
Respiración consciente, etc.
Stress y ansiedad Relajación.

Relax, etc.
Intoxicaciones químicas
Abuso tóxico, alcohol, drogas y exceso de medicación (antirretrovirales, antibióticos y profilaxis).
Abandonar su consumo. Acudir a terapias de desintoxicación y medicinas alternativas:

Flores de Bach.
Homeopatía.
Acupuntura.
Hidroterapia de colon.
Fitoterapia.
Magnetoterapia.
Fotonterapia, etc.
Sobreexposición a agentes nocivos medioambientales
Ruido, radiación, productos químicos, etc.
Reducir la exposición:

Evitar campos electromagnéticos, (T.V., ordenadores, radiodespertadores, etc.).


Eliminar aditivos alimentarios:

Agua clorada, alimentos cocinados en microondas, etc.
Contacto con proteínas ajenas
Transfusiones de sangre, sexo anal sin protección.
Protección específica:

Uso factor VIII, altamente purificado, para transfusiones y preservativos.
 
     
 

Plano psíquico: mente

 
     
 
Evitar factores inmunosupresores Realizar técnicas inmunoestimulantes
Obsesión y fustración por:

Recuentos T-4 bajos, previsiones y estadísticas catastrofistas.
Abstención total de noticias y estadísticas catastrofistas (sucesos, telediarios, periódicos, etc.).

Acceso a lecturas e informaciones disidentes.
Actitudes negativas:

Depresión, culpabilidad, etc.
Visualización.
Afirmaciones.
P.N.L.
Autohipnosis.
Meditación, etc
Estados de ánimo inducidos:

Música, películas, lecturas inadecuadas, etc.
Musicoterapia, (subliminal, psicosomática, mantras, ondas cerebrales).

Lecturas de autocuración, autoestima, sanación holística, etc.

Risoterapia.
Soledad y automarginación Apoyo familiar y de grupo.
 
     
 

Plano espiritual: alma

 
     
 
Necesidad de apoyo espiritual
Vía religiosa:

Oración, peregrinaje, etc.
Otras vías:

Autocuración Tántrica.
Curación espiritual.
Reiki.
Terapia de polaridad.
Terapia mística, etc.
 
     
  Bibliografía recomendada:

Sida:

Reconstruyendo el Sida: de varios autores.
Repensar el Sida: de varios autores.
Sida: juicio a un Virus Inocente. Enric Costa. Ediciones Mandala.

Autoayuda:

Usted Puede Sanar Su Vida. Louise H. Hay. Ediciones Urnao. Círculo de Lectores.
La Curación Espontánea. Andrew Weill. Ediciones Urano y Círculo de Lectores.

Son de paz.
Mayo 1997. Número 1.
Redacción:
Tel. y fax: +34 (91) 5272061.
Santa Isabel, 33 2ª ext. 28012 Madrid.
URL: http://www.arrakis.es/~sondepaz.
E-mail: sondepaz@arrakis.es.
 
 

 

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