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En 1989 fui etiquetada como «portadora del VIH». Ahora
tengo una nueva etiqueta: me han convertido en una «superviviente de larga
duración».
En estos nueve años he conocido muchos etiquetados. Unos tomaban los
medicamentos oficiales y otros no. Con el paso del tiempo he podido observar
que los que seguimos sanos somos los que rechazamos la medicación oficial,
el resto ha muerto o se encuentran gravemente enfermos.
Nunca he tomado medicación alguna contra el supuesto VIH. Por suerte o
intuición desde el principio opté por reforzar mi organismo con métodos
naturales y técnicas de relajación. La meditación y el Qi Gong me ayudaron a
manejar el miedo y desesperación que sentía ante el rechazo social, la
supuesta enfermedad y la inevitable muerte que creía amenazarme.
El tiempo pasaba y veía que no enfermaba ni desarrollaba ninguna de las
llamadas enfermedades oportunistas. Poco a poco fui perdiendo el miedo y
tras recobrar la calma me di cuenta de que yo estaba bien y de que por tanto
mi vida no corría peligro. Si ese virus existía, no era tan peligroso.
Afortunadamente, no estaba sola, conocía a más etiquetados que optaban por
terapias alternativas, muchos habían sido etiquetados antes que yo, verles
en buen estado de salud reforzaba mi intuición de que el virus no era el
«asesino». La gente moría presa del miedo al recibir por los centros
médicos, la detallada información de las posibles enfermedades a las que nos
veríamos «obligados» a desarrollar. Tenías que ser muy fuerte para no
dejarte influir negativamente por el pánico general.
Los etiquetados que creían ciegamente en la versión oficial han muerto, el
miedo y los venenos oficiales acabaron con ellos.
Durante los primeros tres años acudía regularmente a grupos de apoyo para
etiquetados, la mayoría de asistentes a estos grupos tomaban AZT y DDI,
junto a varios antibióticos, analgésicos, antiinflamatorios y otros
medicamentos oficiales. Podía ver como se iban debilitando y muriendo.
En 1992 decidí irme a vivir al campo y rehacer mi vida, necesitaba llevar
una vida normal, alejada de grupos de apoyo, médicos, enfermos y muerte.
Desde entonces me dedico a vivir, ya que he llegado al convencimiento de que
el virus no existe, y de que todo el fenómeno SIDA es una suma de errores,
por tanto no he vuelto a hacerme un recuento de células T4 ni he visitado
ningún médico.
Los años siguen pasando y sigo estando viva y sana. Somos muchos los
«etiquetados» que compartimos una experiencia similar, nadie nos conoce o se
interesa por nuestra experiencia personal. Los medios de comunicación no se
hacen eco de nuestros testimonios. Las noticias que publican se centran
únicamente en cifras de muertos y listas de enfermedades, condicionando
negativamente a la población, hablan de todo menos de salud. Sería muy
interesante que los investigadores oficiales hiciesen un estudio sobre
cuantos de los sobrevivientes de larga duración toman la medicación oficial,
cuantos no y cual es su estado de salud.
Es necesario un replanteamiento total del enfoque de la medicina actual y de
sus investigaciones, tanto en el SIDA como en otros campos. Los
investigadores y laboratorios farmacéuticos han de ponerse al servicio de la
población, y no la población al servicio de ellos, como está ocurriendo.
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